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BERNARD MARIE KOLTES , NATHALIE CAÑIZARES BUNDORF
EN LA SOLEDAD DE LOS CAMPOS DE ALGODON SEGUIDO DE REGRESO AL DESIERTO
HIRU ARGITALETXEA
Páginas: 172
Altura: 19.0 cm.
Ancho: 12.0 cm.
Lomo: 1.5 cm.
Peso: 0.25 kgs.
ISBN: 978-849578600-5
De vez en cuando, en la atmósfera gris del teatro europeo, surge un resplandor que anuncia el nacimiento de un gran autor dramático; así ocurrió con el nacimiento a la escena de Bernard-Marie Koltès. Había ido por primera vez al teatro en 1970, a sus veintidós años, y su emoción fue tal ante una interpretación de Maria Casares que inmediatamente se puso a escribir la que sería su primera obra teatral: una versión escénica de la Infancia de Gorki. En 1983 estrena en Francia Combate de negro y de perros, en una puesta en escena de Patrice Chéreau, que sería su mentor a partir de entonces. En el 86, Chéreau da a conocer su drama Muelle del Este, y al año siguiente En la soledad de los campos de algodón, que es sin duda, con Roberto Zucco, una de sus mejores piezas. En 1988, se pone en escena, siempre por Patrice Chéreau, El regreso al desierto, con Michel Piccoli en el reparto. Era la consagración de un verdadero dramaturgo, cuya vida, desventuradamente, había de ser casi tan breve como la de una estrella fugaz. Murió en 1989, al año siguiente de esta "vuelta al desierto", cuando acababa de cumplir cuarenta y un años.
LA IMPLACABLE MIRADA DE LA NOCHE
MOISÉS PÉREZ COTERILLO
"Veo la escena de teatro como un lugar provisional, del que los personajes parecen estar deseando salir. Es como si uno se planteara allí un dilema: esta no es la vida de verdad; cómo hacer para escapar de este sitio. Las soluciones parece siempre que tendrían que ocurrir fuera de la escena, como en el teatro clásico. Para los que pertenecemos a la generación del cine, el automóvil podría ser, dentro de la escena, el símbolo del anverso del teatro: la velocidad, el cambio de lugar, etcétera. Entonces, lo que parece suscitar el teatro es el abandono de la escena para encontrar la verdadera vida. Pero resulta que yo ya no sé si la vida de verdad existe en algún lado, y si, abandonando definitivamente la escena, los personajes no se encontrarán en otra distinta, en otro teatro, y así sucesivamente. Esta es la cuestión esencial que hace que el teatro permanezca. Siempre he detestado un poco el teatro, porque el teatro es lo contrario de la vida; pero siempre regreso a él y me gusta, porque es el único lugar donde se dice que aquello no es la vida".
Sobre la veleidad de las modas, atravesando el repertorio impermeable de los teatros europeos, el teatro de Bernard-Marie Koltès ha conseguido en poco más de diez años hacerse oír en la escena internacional con una pasmosa nitidez. Movido por el juego alterno de admiración y rechazo de las convenciones teatrales, que es común a los nuevos creadores, desdeñando el repertorio de recetas culinarias, reinventando un paisaje a la intemperie, reclamando el valor primordial de la palabra o sometiéndose deliberadamente a la disciplina de las tres unidades, enterrada desde el siglo XIX, Koltès es hoy una muestra ejemplar de dramaturgia contemporánea, en un panorama donde escribir para el teatro parece cada vez más una rareza.
Rotulados de títulos epigramáticos y sugerentes, sus cinco textos teatrales evocan un universo personal, lleno de complejidad y sutileza, donde la palabra se convierte en vehículo privilegiado de la acción y el dibujo de los personajes es de rotunda consistencia. Poeta de espacios residuales, abandonados provisionalmente por la especulación urbana o el desarrollo urbanístico, entregados a la arbitrariedad de la intemperie, se convierten en territorios desolados donde los seres humanos que encarnan sus personajes han de librar una batalla en la que media con frecuencia la propia supervivencia. Relaciones de tráfico, de intercambio, de extorsión o de comercio que revelan una mirada descarnada sobre la condición humana de la que ha desaparecido el vaho de lo afectivo, el tinte idealista del sentimiento. Y un tema siempre explícito o agazapado, la denuncia del racismo, su desenmascaramiento, la certeza de que la única sangre nueva que cabe inyectar en las viejas arterias de Occidente es la de los inmigrantes.
"Me gustaría escribir una obra como se construye un hangar dice Koltès- ; es decir, levantando primero una estructura que va desde los cimientos hasta el techo, antes de saber exactamente qué es lo que va a contener; un espacio amplio y móvil, una forma lo suficientemente sólida como para poder albergar otras formas dentro de ella". Esta fascinación por los espacios urbanos abiertos, provisionalmente abandonados, privados incluso de la función para la que fueron creados, es una de las constantes de la obra de Bernard-Marie Koltès. Con la excepción de Le retour au désert, donde el autor sitúa la acción en el interior de una vivienda, los espacios que contienen sus demás obras pertenecen todos a un paisaje urbano o industrial donde se ha instalado la desolación. Son espacios que se convierten en metáforas de la vida, o de un aspecto de la vida que cobra en ese contexto toda su elocuencia. Lugares privilegiados regidos por un orden propio que suplanta al orden cotidiano al que está sometido el resto de la ciudad. Un espacio donde sus ocasionales moradores coinciden movidos por razones oscuras.
Así es el paisaje que evoca Quai Ouest, descrito por el propio autor y localizado en un hangar al oeste de Manhattan, a orillas del Hudson, donde se situaba el puerto de Nueva York antes de que el tráfico portuario se desplazase hacia Brooklyn. "Quise transmitir dice Koltès- esa sensación extraña que se experimentaba al atravesar ese lugar inmenso, aparentemente deshabitado, con los cambios de luz que se suceden a lo largo de la noche y que penetran por los agujeros del techo; los ruidos de pasos y de voces que se multiplican en el vacío, la presencia de alguien que pasa rozando o quizá de una mano que te sujeta de repente". Aquel hangar fue derribado como consecuencia de un plan a favor de la seguridad y de la moralidad pública impulsado por la municipalidad de Nueva York en 1983 y hoy no es más que una escollera anclada sobre pilotes, que se adentra en el estuario. En un lugar igualmente desamparado y neutro suceden los tratos entre el traficante y el cliente de Dans la solitude des champs de coton y Combat de nègre et de chiens tiene como escenario las obras que constituye una empresa extranjera en plena selva de un país africano, como Senegal o Nigeria. Se trata de un espacio inspirado por un viaje de un mes que el autor realiza a un país del África subsahariana para visitar a unos amigos que trabajan para una empresa extranjera que realiza obras públicas contratadas por el país africano. "Imaginad escribe Koltès- en plena selva una pequeña urbanización de cinco o seis casas, rodeadas de alambradas y vigiladas constantemente por guardias negros armados en el exterior. Hacía poco había terminado la guerra de Biafra y bandas de saqueadores castigaban la región. Los guardianes, durante la noche, para distraer el sueño se comunicaban con ruidos fantásticos emitidos con la garganta que se prolongaban hasta el alba. Fueron esos sonidos de los guardianes los que me decidieron a escribir esta obra. Fuera de aquel cerco tenían lugar los mismos dramas cotidianos de cualquier barrio pequeño burgués de París... el jefe de obras que se acostaba con la mujer del capataz, cosas así. Aquel fue mi punto de partida".
Bajo la vigía nocturna, los espacios elegidos por Koltès para sus obras sólo en Le retour au désert la acción sucede en parte a la luz del día- se convierten siempre en espacios límite, en frontera entre la vida civilizada y el mundo salvaje. Espacio neutro donde se diluye la jurisdicción de los preceptos morales y el articulado de las normas. Campo que ofrece silencioso amparo a hombres heridos por la urgencia o la desdicha y les permite resolver necesidades que no encuentran cauce a la luz de la policía diurna. La norma de estas relaciones es el comercio, el intercambio. Para Koltès el planteamiento "comercial" de las relaciones humanas no es una óptica pesimista, sino más bien el esquema que más se aproxima a la realidad. "No es que yo quiera ignorar la afectividad dice- ; sino que la afectividad también existe ene l comercio. Nunca me gustaron las historias de amor. Casi no dicen nada. No creo en la relación amorosa en sí misma, eso es una invención de los románticos... Cuando se quiere contar una historia más precisa hay que buscar otros caminos. Creo que el
